El hombre, al ser creado, llevaba la imagen de Dios, tanto en la semejanza exterior, como en el carácter. Sólo Cristo es "la misma imagen" del Padre (Hebreos 1: 3); pero el hombre fue creado a semejanza de Dios.
No necesitaban vestiduras artificiales. Estaban rodeados de una envoltura de luz y gloria, como la que rodea a los ángeles. Mientras vivieron obedeciendo a Dios, este atavío de luz continuó revistiéndolos.
Este versículo, al mismo tiempo que concluye el relato de la creación de un mundo perfecto, introduce los cambios brutales que el mismo sufrirá: "... y no se avergonzaban, pero la serpiente... ".