"Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase" (Génesis 2: 15).
Para que lo labrara y lo guardase
Habiendo preparado Dios una morada para el hombre, a quien había creado, lo colocó en ese huerto que era su hogar y le encomendó una misión bien definida: "Para que lo labrara y lo guardase".
Esta orden nos enseña que la perfección con la cual salió la creación de las manos de Dios no excluía la necesidad de cultivar, es decir el trabajo humano. El hombre había de usar sus facultades físicas y mentales para conservar el huerto en el mismo estado perfecto en que lo había recibido. El hecho de que el trabajo físico será una característica deleitosa de la tierra nueva (Isaías 65: 21-23) indica que el trabajo no tuvo el propósito de ser una maldición.
La comisión dada a Adán de "guardar" el huerto quizá sea una velada insinuación de que amenazaba el peligro de que le fuera arrebatado si no era vigilante.
El verbo "guardar", shamar, significa "custodiar", "vigilar", "preservar", "observar" y "retener firmemente".
Ciertamente, parece irrazonable que se le pidiera a Adán que custodiara el huerto contra ataques de animales feroces, como algunos comentadores han interpretado este texto. En la tierra, antes de la caída, no existía enemistad entre los animales mismos ni entre el hombre y las bestias. El temor y la enemistad son los resultados del pecado.
Pero otro peligro muy real, la presencia de Satanás, amenazaba con arrebatarle al hombre su dominio sobre la tierra y su posesión del huerto.
Tenemos la seguridad de que Dios no hace nada que afecte al hombre sin informarle primero en cuanto a las intenciones divinas (Amós 3: 7). Si Dios, que sólo hace lo que es benéfico para el hombre, estimó necesario informarnos de sus propósitos, es seguro que debe haber mantenido informado a Adán del peligro que amenazaba a esta tierra.