EL DIOS QUE YO CONOZCO

16 julio

Génesis 3:15 "Y pondré enemistad"

"Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar" (Génesis 3: 15).

Pondré enemistad
Aquí el Señor deja de dirigirse a la serpiente literal que habló a Eva, para pronunciar juicio sobre el diablo, la serpiente antigua.

Este juicio, expresado en lenguaje profético, siempre ha sido entendido por la iglesia cristiana como una predicción de la venida del Libertador. Aunque esta interpretación es incuestionablemente correcta, puede señalarse que la profecía es también literalmente verdadera: hay una enemistad mortal entre la serpiente y el hombre doquiera se encuentran los dos.

Entre tu simiente y la simiente suya
Se hace referencia a la lucha secular entre la simiente de Satanás -sus seguidores- y la simiente de la mujer:

"Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira" (Juan 8: 44).

"dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?" (Hechos 13: 10).

"En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios" (1 Juan 3: 10)

El Señor Jesucristo es llamado la "simiente" por antonomasia:

"Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento. También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono" (Apocalipsis 12: 1-5).

"Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo... Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador" (Gálatas 3: 16, 19).

Fue el Señor Jesucristo quien vino "para deshacer las obras del diablo":
"Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo" (Hebreos 2: 14).

"El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo" (1 Juan 3: 8).

Esta te herirá en la cabeza
"Herirá, shuf. Esta palabra significa "aplastar" o "estar al acecho de alguien". Es evidente que aplastar la cabeza es mucho más grave que aplastar el talón. Como represalia, la serpiente sólo ha podido herir el talón de la simiente de la mujer.

La "simiente" se expresa en singular, indicando que no es una multitud de descendientes de la mujer los que, en conjunto, se ocuparán de aplastar la cabeza de la serpiente, sino más bien que un solo individuo realizará eso. Estas observaciones muestran claramente que en este anuncio está condensada la relación del gran conflicto entre Cristo y Satanás, una batalla que comenzó en el cielo (Apoc. 12: 7-9), continuó en la tierra, donde Cristo otra vez derrotó a Satanás (Hebreos 2: 14), y terminará finalmente con la destrucción del maligno al fin del milenio (Apocalipsis 20: 10). Cristo no salió ileso de esta batalla. Las señales de los clavos en sus manos y pies y la cicatriz en su costado serán recordativos eternos de la fiera lucha en la cual la serpiente hirió a la simiente de la mujer (Juan 20: 25; Zacarías 13: 6).

Este anuncio debe haber producido gran consuelo en los dos desfallecientes transgresores que estaban delante de Dios, de cuyos preceptos se habían apartado. Adán, virrey de Dios en la tierra mientras permaneciera leal, había cedido su autoridad a Satanás al transferir su lealtad de Dios a la serpiente. Que Satanás comprendía plenamente sus usurpados "derechos" sobre esta tierra, obtenidos al ganar la sumisión de Adán, es claro por su afirmación ante Cristo en el monte de la tentación:

"Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy" (Lucas 4: 5, 6).

Adán empezó a comprender la magnitud de su pérdida: de gobernante de este mundo se había convertido en esclavo de Satanás. Sin embargo, antes de oír el pronunciamiento de su propia sentencia, fue aplicado a su alma quebrantada el bálsamo sanador de la esperanza. De ella, a quien había culpado por su caída, él debía esperar su liberación: la simiente prometida en quien habría poder para vencer al archienemigo de Dios y del hombre.

¡Cuán bondadoso fue Dios! La justicia divina requería castigo para el pecado, pero la misericordia divina ya había hallado una forma para redimir a la raza humana caída: por el sacrificio voluntario del Hijo de Dios (1 Pedro 1: 20; Efesios 3: 11; 2 Timoteo 1: 9; Apocalipsis 13: 8).

Dios instituyó el ritual de los sacrificios para proporcionar al hombre una ayuda visual, a fin de que pudiera comprender algo del precio que se debía pagar para expiar su pecado. El cordero inocente tenía que dar su sangre en lugar de la del hombre y su piel para cubrir la desnudez del pecador, a fin de que el hombre pudiera así recordar siempre por medio de los símbolos al Hijo de Dios, que tendría que entregar su vida para expiar la transgresión del hombre y cuya justicia sería lo único suficiente para cubrirlo.

No sabemos cuán clara fue la comprensión de Adán del plan de la redención, pero podemos estar seguros de que le fue revelado lo suficiente para asegurarle que el pecado no duraría para siempre, que de la simiente de la mujer nacería el Redentor, que sería recuperado el dominio perdido y que se restauraría la felicidad del Edén. De principio a fin, el Evangelio de salvación es el tema de las Escrituras.

04 julio

Génesis 3:14 Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás

"Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida" (Génesis 3: 14).

Maldita serás
La maldición del pecado descansa no sólo sobre la serpiente sino sobre toda la creación animal, aunque ella había de llevar una maldición mayor que sus congéneres. La serpiente, que antes era la más inteligente y bella de las criaturas, quedó condenada, de allí en adelante, a arrastrarse sobre el polvo.

No debiera suponerse que los brutos irracionales fueron hechos así objeto de la ira de un Dios vengativo. Esta maldición fue para el beneficio de Adán, como un medio de impresionarlo con las abarcantes consecuencias del pecado. Debe haber provocado intenso sufrimiento a su corazón el contemplar esas criaturas -cuyo protector se esperaba que fuera él- llevando los resultados de su pecado.

Sobre la serpiente, que se había convertido para siempre en el símbolo del mal, cayó la maldición más pesadamente; no tanto para que sufriera como para que también pudiera ser para el hombre un símbolo de los resultados del pecado. No es de admirarse que la mayoría de los seres humanos sientan repugnancia y temor en la presencia de una serpiente.

Polvo comerás
El hecho de que las serpientes no comen polvo en realidad ha hecho que algunos comentadores declaren que los antiguos se equivocaron pensando que este animal, que siempre se arrastra sobre el vientre y vive aun en los desiertos donde apenas hay alimento, se alimentaba de polvo. Dicen ellos que este falso concepto influyó en el autor del Génesis para formular la maldición pronunciada sobre la serpiente para que armonizara con esa creencia que tenían en común.

Los eruditos conservadores han tratado, con poco éxito, de mostrar que la serpiente come algo de polvo cuando come su alimento. ¿Pero no pasa esto también con muchos animales que toman su alimento del suelo? Desaparece este problema cuando consideramos como figurada la frase "polvo comerás". Fue usada en este sentido por los pueblos antiguos como lo revelan sus cartas y literatura.

El antiguo mito pagano del descenso de Astarté al infierno habla de gente maldita de la cual "polvo es su comida y arcilla su alimento". Entre las maldiciones pronunciadas contra los enemigos se repite vez tras vez el deseo de que tengan que comer polvo.

En el viejo himno de batalla galés, "Marcha de los hombres de Harlech", se lanza una mofa contra los enemigos: "Morderán el polvo".

Vista así, la expresión "Polvo comerás todos los días de tu vida", significa sencillamente: "Serás la más maldita de todas las criaturas".

Génesis 3:13 Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho?

"Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí" (Génesis 3: 13).

La serpiente me engañó.
La mujer también tenía una respuesta lista al acusar a la serpiente de haberla engañado. Ni Adán ni su mujer negaron los hechos sino que procuraron escapar acusando a otro. Tampoco dieron evidencias de contrición. Sin embargo, existe una notable diferencia entre sus confesiones. La mujer protestó que había sido engañada; Adán admitió tácitamente que su acto había sido deliberado, con pleno conocimiento de sus consecuencias.

02 julio

Génesis 3:10-12 La mujer que me diste por compañera

"Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí" (Génesis 3: 10-12).

La mujer que me diste
Dios formuló una pregunta que revelaba su conocimiento de la transgresión de Adán y tenía el propósito de despertar dentro de él una convicción de pecado.

La respuesta de Adán fue una tortuosa y evasiva excusa por su confusión, lo que significaba una acusación contra Dios. Así había cambiado el carácter de Adán en él corto intervalo desde que entró en la senda de la desobediencia.

El hombre que sentía un cariño tan tierno por su mujer como para violar a sabiendas la orden de Dios a fin de que no fuera separado de ella, ahora habla de ella con antipatía fría e insensible como "la mujer que me diste por compañera":

"¿Por qué creaste la mujer? ¿Por qué me la diste por compañera?"

Sus palabras recuerdan las de los hijos de Jacob que hablaron a su padre en cuanto a José como "tu hijo" (Génesis 37: 32; cf. Lucas 15: 30). Uno de los amargos frutos del pecado es la dureza de corazón: "sin afecto natural" (Romanos 1: 31).

La insinuación de Adán de que Dios era culpable por su triste condición, al estar atado a una criatura tan débil y seductora, se hunde en las mismísimas profundidades de la ingratitud.

Génesis 3:9 Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?

"Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?" (Génesis 3: 9).

¿Dónde estás tú?
Adán, que siempre había dado la bienvenida a la presencia divina, se ocultó ahora. Sin embargo, no podía esconderse de Dios, quien llamó a Adán, no como si ignorase su escondedero, sino para hacerlo confesar.

Adán procuró ocultar el pecado detrás de sus consecuencias, su desobediencia detrás de su sentimiento de vergüenza, haciéndole creer a Dios que se había ocultado por la turbación provocada por su desnudez.

Su comprensión de los efectos del pecado era más aguda que la del pecado mismo.

Aquí, por primera vez, somos testigos de la confusión entre el pecado y el castigo, que caracteriza al hombre en su estado caído. Se sienten y detestan los resultados del pecado más que el pecado mismo.

Génesis 3:8 Y oyeron la voz de Jehová Dios

"Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto" (Génesis 3: 8).

La voz de Jehová Dios
Las visitas periódicas de Dios, hacia el fin del día, cuando suaves céfiros vespertinos refrescaban el huerto, siempre habían sido una ocasión de deleite para la feliz pareja. Pero el sonido de la aproximación de Dios fue entonces un motivo de alarma. Ambos sintieron que de ninguna manera se atrevían a encontrarse con su Creador. Ni la humildad ni el pudor fueron la razón de su temor, sino un profundo sentimiento de culpabilidad.

26 junio

Génesis 3:7 Entonces fueron abiertos los ojos de ambos

"Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales" (Génesis 3: 7).

¡Qué ironía hay en estas palabras que registran el cumplimiento de la ambigua promesa de Satanás!

Fueron abiertos los ojos de su intelecto: comprendieron que ya no eran más inocentes.

Se abrieron sus ojos físicos: vieron que estaban desnudos.


Se hicieron delantales
Estando avergonzados en su presencia mutua, procuraron evadir la deshonra de su desnudez. Sus delantales de hojas de higuera eran un triste sustituto de las vestimentas radiantes de inocencia que habían perdido legalmente. La conciencia entró en acción. Que su sentimiento de vergüenza no tenía sus raíces en la sensualidad sino en la conciencia de culpa delante de Dios es evidente porque se ocultaron de él.

La única inscripción antigua que muestra alguna semejanza con el relato de la caída del hombre, como se presenta en la Biblia, es un poema bilingüe sumeroacadio que dice:

"La doncella comió aquello que era prohibido, la doncella, la madre del pecado, cometió mal, la madre del pecado tuvo una penosa experiencia" (A. Jeremías, Das Alte Testament im Lichte das alten Orients [El Antiguo Testamento a la luz del antiguo Oriente], pág. 99. Leipzig, 1930).

19 junio

Génesis 3:6 Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y...

"Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella" (Génesis 3: 6).

Y vio la mujer
Después de que se habían despertado en la mujer la duda y la incredulidad en cuanto a la orden de Dios, el árbol le pareció muy diferente. Se menciona tres veces cuán encantador era; incitaba su paladar, sus ojos y su anhelo de aumentar su sabiduría. Mirar el árbol en esa forma, con el deseo de gustar de su fruto, era una concesión a los alicientes de Satanás. En su mente ya era culpable de transgredir la orden divina: "No codiciarás" (Éxodo 20: 17). El tomar el fruto y comerlo no fue sino el resultado natural de entrar así en la senda de la transgresión.


Tomó de su fruto
Habiendo codiciado aquello a lo cual no tenía derecho, la mujer siguió transgrediendo un mandamiento de Dios tras otro. Luego robó la propiedad de Dios violando el octavo mandamiento (Éxodo 20: 15). Al comer el fruto prohibido y darlo a su esposo, también transgredió el sexto mandamiento (Éxodo 20: 13). También quebrantó el primer mandamiento (Éxodo 20: 3) porque en su estima colocó a Satanás antes que a Dios obedeciéndole antes que a su Creador.

Dio también a su marido
Observando que no murió inmediatamente -lo que parecía confirmar el definido aserto del seductor: "No moriréis"- Eva experimentó una sensación engañosa de júbilo. Quiso que su esposo compartiera ese sentimiento con ella. Esta es la primera vez que el Registro sagrado llama a Adán "su marido". Pero en vez de ser "ayuda idónea" para él, ella se convirtió en el instrumento de su destrucción. La declaración "dio también a su marido" no implica que él había estado con ella todo el tiempo, como mudo espectador de la escena de la tentación. Más bien ella le dio del fruto cuando se reunió con él para que pudiera comer "como ella" y compartir así los supuestos beneficios.

El cual comió
Antes de comer, debe haberse entablado una conversación entre Adán y su mujer. ¿La seguiría en su senda de pecado y desobediencia, o renunciaría a ella, confiando que Dios, de alguna manera, restauraría su felicidad destruida? El que ella no hubiera muerto por comer el fruto y que ningún daño evidente le hubiera sobrevenido, no engañó a Adán. "Adán no fue engañado sino... la mujer" (1 Timoteo 2: 14). Pero el poder de persuasión de su esposa, unido con su propio amor a ella, lo indujeron a compartir las consecuencias de su caída cualesquiera que fueran.

¡Decisión fatal! En vez de esperar hasta que pudiera tener la oportunidad de tratar todo el trágico asunto con Dios, decidió por sí mismo su suerte. La caída de Adán es tanto más trágica porque no dudó de Dios ni fue engañado como Eva. Procedió ante la segura expectativa de que se convertiría en realidad la terrible amenaza de Dios.

Deplorable como fue la transgresión de Eva y cargada como estuvo de calamidades futuras para la familia humana, su decisión no abarcó necesariamente a la humanidad en el castigo de su transgresión. Fue la elección deliberada de Adán, en la plena comprensión de la orden expresa de Dios -más bien que la elección de ella-, lo que hizo que el pecado y la muerte fueran el destino inevitable de la humanidad. Eva fue engañada; Adán no lo fue:

"Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron... No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir" (Romanos 5: 12, 14).

"Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos" (1 Corintios 15: 21).

"Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión" (1 Timoteo 2: 14).

"Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo" (2 Corintios 11: 3).

Si Adán hubiera permanecido leal a Dios a pesar de la deslealtad de Eva, la sabiduría divina todavía hubiera resuelto el dilema para él y hubiera evitado el desastre para la familia humana.